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Por: Lic Rodolfo Leandro Jiménez

Director de la Escuela Gabriela Mistral

Pasó el tiempo y nunca se podrán borrar aquellas experiencias que marcan tu vida personal y profesional, sé que muchos de nosotros los educadores no sólo vivimos a diario lo que compartimos en el aula, entre planeamientos, instrumentos y un grupo de más de 30 estudiantes que marcan tu vida, se vive la pobreza, el dolor de una familia.

Fue hace más de 30 años que  llegué a una escuela que no existía , buscaba ansioso alrededor  y no la lograba encontrarla, miraba  y mis ojos no alcanzaban  a ver más que latas viejas de zinc corroídas por el sol y la lluvia, al preguntar a la gente sólo me señalaban un galerón que se distinguía a lo lejos, caminé hasta llegar ahí y para mi sorpresa  dentro había muchos pupitres viejos pero en buen estado, ingresé con muchos deseos de dar mis lecciones, un galerón cuyo piso era el barro y  el pizarrón era una lámina desgastada y mal pintada,  pensé en mis adentros esto es real o es una jugarreta de mi imaginación, pero si era muy real, a lo lejos  figuritas  pequeñas venían  felices entran corriendo, gritando y jugando, me miran fijamente y  me dicen “maestro”, zapatos rotos, camisas arrugadas, alguno que otro sin bañarse, empecé a conocerlos y  a dar clases día a día  para eso  me pagaban creía en mis adentros, pero poco a poco fue más que eso vi cara a cara la pobreza  extrema, el dolor de un niño que no tenía nada que comer, el dolor de Carlitos que lloraba cada vez que su padre agredía a su madre y a él, Katherine quién todos los días llegaba con una sonrisa, pero muchas veces por dentro  triste ya que su madre trabajaba todas las noches en algún bar de la capital y no la atendía, miraba a Francisco llorar de hambre y cómo una galleta solucionaba temporalmente su necesidad, sufrí en carne propia cómo pedían vivienda digna y el gobierno avasallaba con bombas lacrimógenas sin importar ancianos, niños y enfermos.

Vi claramente bailar la pobreza por las calles del precario en todos sus extremos y pensaba porqué tanta injustica y desigualdad social, daba mis clases convencido que estos niños serían  nuestro futuro, así era mi vocación me permitió permanecer  dos años más donde realmente me hice maestro,  pude ver también con claridad  que la lucha de ellos era justa y que los gobiernos no conocen realmente  lo que se vive en cada rancho de  un precario, cuanto frío, cuanta lluvia, cuanta hambre, cuanto dolor, creo firmemente en que la educación es el medio para que muchos salgan adelante, pero que se debe dar las herramientas como el  trabajo honorable a quién no lo tenga, que tengan alimentos en sus mesas y  que su  vivienda sea digna.

Puedo decir con mucha certeza que aprendí muchas cosas que en la universidad nunca me enseñaron y que gracias a Dios las viví intensamente, que lástima que nosotros los seres humanos no entendemos que Dios da en igualdad para todo el sol, la luna, la lluvia y nos cuesta tanto entender que todos deberíamos vivir bien en igualdad social y económica, sin clases sociales y sin diferencias que hemos creado nosotros mismos.

Años después supe que por lo menos les dieron vivienda digna y que sí no fue mi imaginación.

By Periodista Andrés L. Morera Méndez

Director. Periodista con más de 20 años de experiencia en la gestión del medio regional Periódico Jilguero.

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